Hay formas de medir el tiempo que fueron definidas en un intento de volver un tanto difuso el pasado reciente. Por ejemplo, el lustro. El hombre de la posmodernidad, ese eterno convaleciente cuya sintomatología es anuncio de cualquier catástrofe, propia o ajena; ese hombre posmoderno, que es lo mismo que decir ese pequeño burgués occidental, suele cargar en la memoria con el peso de varios lustros en los que todos los detalles tienen una importancia no menor.
Cinco años no son nada y lo son todo. Cinco años de orfandad son demasiados años. Cinco años echando de menos a un padre, pronunciar su nombre... Hace cinco años que no veo a nadie atusarse un bigote. Hace cinco años que contemplar la desnudez de un cuerpo me hizo comprender lo frágil que es una vida, y las muchas cosas que se nos quedan siempre por decir en esta "era de la comunicación". Hace cinco que lloro a ratos de emoción contenida. Hace cinco años tenía 35 y poco más.
En un lustro a uno se le puede convertir la poesía en mujer e hijo. En un lustro, la ausencia de pelo puede preceder a las canas. En un lustro sigue siendo injusto comparar el bagaje de pérdidas con el computo de ganancias. En un lustro se pueden olvidar voces, sonidos, incluso palabras.
Lo que no mitiga un lustro es el recuerdo vívido y los sentimientos inasibles. Lo que no cura un lustro son las fracturas en la memoria. Lo que no te roba un lustro es el amor hacia los demás. Lo que no se consigue en un lustro es aprehender la luz con el dedo.
Persisten debates interiores e íntimos sobre si soy el mismo u otro hombre diferente. Y persiste la respuesta silenciosa mostrándose en forma de presente. Ni siquiera puedo sostener de manera creíble que en mi mirada se conserve algo de lo que he sido en todo este tiempo. Ni siquiera mis manos pueden trazar parecidas líneas que rasguen ese aire que une y separa.
Conservo ese deseo contumaz de ofrecer mis palabras como homenaje, aunque su música se confunda con las gotas de agua que golpean la bañera. Conservo esta bitácora como memoria del linaje que hizo de mí el que soy. Y conservo esa pócima hecha de retazos de mi vida para combatir el dolor y la felicidad extrema.
Un beso, papá...
domingo, 31 de julio de 2011
viernes, 25 de marzo de 2011
Tocata y prófugo
El silencio nos devuelve al anonimato. Esa forma de no ser, de no existir... Las distintas formas de medir el tiempo quedan reducidas a diferenciar el día de la noche. Se adueña de nuestro comportamiento una especie de conciencia animal, una suerte, mezcla de intuición y temor a lo desconocido.
La empatía es un gesto de reconocimiento entre semejantes, un respeto tácito, implícito... Propia de quienes tienen a la soledad como elección de un destino, que va más allá de unas vacaciones paseando por el altiplano. Característica de quien prefiere beber todo lo bebestible, antes que asociarse con gentes como las de la asociación nacional del rifle. Habitual entre quienes, pudiendo ser hormigas, eligieron ser ornitorrincos.
No hay un regreso como tal. No hay derrota para el que ya fue vencido. Inerme, que no laxo, procuro mi alimento (elíjase preposición) el recién nacido.
La empatía es un gesto de reconocimiento entre semejantes, un respeto tácito, implícito... Propia de quienes tienen a la soledad como elección de un destino, que va más allá de unas vacaciones paseando por el altiplano. Característica de quien prefiere beber todo lo bebestible, antes que asociarse con gentes como las de la asociación nacional del rifle. Habitual entre quienes, pudiendo ser hormigas, eligieron ser ornitorrincos.
No hay un regreso como tal. No hay derrota para el que ya fue vencido. Inerme, que no laxo, procuro mi alimento (elíjase preposición) el recién nacido.
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