Demasiadas veces empiezo a escribir y mis palabras parecen ligadas a una secuencia temporal que desconozco. Hay muchos modos de decir las cosas, pero no siempre se acierta. Busco en las miradas de los demás esa complicidad necesaria para no herir susceptibilidades. Ya no recuerdo cuando desistí de ser entendido. Es como si mis sentimientos tomaran la forma geográfica de un archipiélago cada vez que entran en contacto con los demás. No me siento incómodo por ello, pues hasta un libro abierto se interpreta como jeroglífico.
Nunca hasta hoy me había expuesto a la luz del sol y empiezo a sentir la fátiga. Por lo menos ahora sé que también mi sombra va por libre, aunque me resulta más familiar cuando la veo multiplicada por la luz de las farolas. Sumido entre el letargo y el desconcierto, doy pasos en la dirección del viento. Supongo que así es difícil dar con un destino, pero me despojaron de mi alma de sedentario y adaptarme a la condición de nómada requiere de nuevas paradojas y contradicciones. Supongo que no hay vida sin contraindicaciones, así que en vez de coleccionista de amantes voy cogiendo complejo de farmacia.
Si al menos supiera cumplir una promesa... Si los demás no lo vieran como una tara, seguro que me arriesgaría a cumplir alguna espectativa. Debajo del embozo tras el que me oculto, no hay sino un hombre desnudo. Si me barnizo es para seguir siendo. Supongo que el temor debe ser recíproco y quien más quien menos tiene pesadillas con espátulas. Tal vez porque nadie es del todo un boleto de rasca y gana. Pocos son los que se arriesgan a perderlo todo...
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