Hay mañanas en que uno se levanta y lo primero que hace es ponerse esas gafas que diez, quince años atrás le hacían las veces de ventana al mundo. Pasados los primeros segundos de leve mareo, uno se acostumbra a ver las cosas de tal modo que parece nada haya cambiado. Esa distorsión que cuando fuiste al oftalmólogo la última vez te convenció a corregir, no parece muy significativa a la hora de mirar lo que se sitúa alrededor nuestra. Lo peor que puede hacer uno en momentos así es participar en una tertulia. El motivo es evidente: en momentos así nuestra verdad queda fuera de juego por cuestión de dioptrías.
Algo parecido le sucede al intelectual primermundista y al que vuelve de vacaciones de no sé qué lugar exótico. Existe una incorregible tendencia a ver las cosas que ocurren en los países que sostienen nuestras ficticias economías, como si dispusieran de los medios o podrían hacerlo si nos lo pidieran para solucionar las situaciones de emergencia de esa manera tan solvente que hace que nuestras vidas nos lleven a escapar treinta días al año a esos mismos lugares... Me irrita de tal modo esa soberbia tan de la calle, de la rue, de la street. Si es que está claro, asientan sus poblados a las faldas de los volcanes porque su ignorancia no tiene remedio ni aun leyendo a Socrates. Y emigran a nuestros maravillosos países de las mil y una oportunidades porque es aquí donde está lo bueno. A ver por qué sino hay cines en Bangkok o supermercados en el Amazonas... Sus países sólo quedan bien en nuestras fotografías.
Hoy frente a las costas del Perú, por una de esas cosas de las placas tectónicas, se ha producido un terremoto de grado 8 en la escala de Richter. Obviamente, las construcciones más frágiles se han venido abajo, y han muerto demasiados, porque siempre mueren demasiados. Podría decir que un sismo de semejante envergadura equivale a unos cuantos cientos de miles de bombas atómicas convencionales (de esas de andar por la casa de cualquier general del Pentágono). O podría rememorar las diligentes medidas que se pusieron en marcha para proteger a Nueva Orleans de un huracán que se paseó por todo el Caribe. O cómo olvidar, que en esta nuestra civilización que nos pone a salvo de todo mal, se estima que en menos de quince años, dos de cada tres habremos tenido cáncer, que podemos agradecer a cosas como el amianto de nuestras edificaciones, las redes eléctricas de alta tensión, el tabaco, las ondas electromagnéticas, los alimentos transgénicos, la contaminación ambiental, el estrés, y no sé cuántos etecés a los que les debemos ese ritmo de vida que nos permite mirar por encima del hombro al que no lo tiene y del que tan orgullosos estamos.
Así pues, el día que al levantarme me equivoco de gafas y me pongo esas que me dan un aire retro, prefiero no hablar mucho y ver las cosas de otro modo.
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