La sensación de volar es una de las más extrañas para el ser humano. No es fácil perder el miedo, por mucho que el camino hacia el cielo sea si cabe un poco más corto. Díchosa costumbre esa de no querer morir. Y en los tiempos que corren, en los que loco puede ser considerado cualquiera que lleve una mochila o muestre temor ante la mirada escrutadora de un policía, sólo nos faltaba para completar el cuadro de la histeria colectiva el recordado 11-S. Como nunca se podrá dilucidar qué fue antes, si la gallina o el huevo, culparemos a gobernantes y a quienes los eligieron. Gracias a ellos, la entrada en vigor de leyes y reglamentos cada vez más restrictivos; y es en lo tocante al desplazamiento de seres humanos por el aire en donde se pone de manifiesto las fobias, precauciones y terrores nocturnos más frecuentes en el primer mundo.
Esto viene a colación de cierta noticia. Una de esas medidas que pretende garantizar la seguridad de los pasajeros buscando mantenener íntegro el avión que los acoge, impide llevar en el equipaje de mano recipientes con líquido mayores en su capacidad a los cien mililitros. Poco más de un trago de agua. El hecho curioso se produjo en un vuelo de peregrinación, Vaticano-Lourdes, Lourdes-Vaticano, en su trayecto de vuelta. Como es costumbre y sabido por todos los que hasta allí se desplazan, es costumbre traerse del santuario una garrafa de ese agua que dicen cura todos los males, llegando a hacer milagros. Ya adelanto que no se me dio el caso. Pero a lo que voy, tenemos la norma reguladora y a todo un pasaje llevando botellas y garrafas de agua suficientes como para sanar a todos los pacientes de un gran hospital. El choque de civilizaciones estaba servido. Por el momento, ganaron los servicios de seguridad del aeropuerto. De entre el pasaje, quien más quien menos prefirió beberse el preciado líquido antes que permitir se fuera por un desagüe. Se sabe que el avión llegó sano y salvo a Fiumicino. El vuelo parece que fue tranquilo y seguro. De seguro que alguno de los peregrinos lo considera un milagro.
Esto viene a colación de cierta noticia. Una de esas medidas que pretende garantizar la seguridad de los pasajeros buscando mantenener íntegro el avión que los acoge, impide llevar en el equipaje de mano recipientes con líquido mayores en su capacidad a los cien mililitros. Poco más de un trago de agua. El hecho curioso se produjo en un vuelo de peregrinación, Vaticano-Lourdes, Lourdes-Vaticano, en su trayecto de vuelta. Como es costumbre y sabido por todos los que hasta allí se desplazan, es costumbre traerse del santuario una garrafa de ese agua que dicen cura todos los males, llegando a hacer milagros. Ya adelanto que no se me dio el caso. Pero a lo que voy, tenemos la norma reguladora y a todo un pasaje llevando botellas y garrafas de agua suficientes como para sanar a todos los pacientes de un gran hospital. El choque de civilizaciones estaba servido. Por el momento, ganaron los servicios de seguridad del aeropuerto. De entre el pasaje, quien más quien menos prefirió beberse el preciado líquido antes que permitir se fuera por un desagüe. Se sabe que el avión llegó sano y salvo a Fiumicino. El vuelo parece que fue tranquilo y seguro. De seguro que alguno de los peregrinos lo considera un milagro.
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