A raíz de los desequilibrios en el mercado inmobilario estadounidense y su incidencia en los mercados bursátiles de todo el mundo, los principales bancos centrales se han apresurado a inyectar grandes cantidades de dinero para que no cunda el pánico entre aquellos que se dedican a hacer de profetas en el mundo de las acciones. Se podría pensar que el dinero se genera con la sola voz de uno de esos gurús encorbatados maniático del equilibrio macroeconómico.
Nada más lejos de la realidad. El dinero no es una cuestión de cajeros automáticos, ni de gasto público, no es la balanza de ingresos/pagos, ni la inflación interanual, ni el euribor. El dinero, únicamente está en relación directa con el trabajo. Todo lo demás son juegos de manos de esos predistigitadores llamados economistas. Y que los bancos centrales pongan más dinero encima de la mesa de los mercados, para que sigan jugando los corredores de bolsa y otros comisionistas a ver qué toca hoy señalar con su mágico dedo como generador de beneficios, no significa otra cosa que más horas de trabajo y consecuentemente salarios más baratos. Porque todo eso de la productividad no es sino la herramienta con la que someter a los que trabajan a horarios maratonianos por sueldos más reducidos y con la condición de acabar con la lengua fuera. El dinero no es la ecuación que pone en relación el valor de las cosas. El dinero es la suma de todo el tiempo de trabajo. Y que cada vez los ricos y poderosos lo sean anualmente un 3 ó 4 por ciento más, significa que el concepto de obrero no es más que un eufemismo de esclavo.
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