domingo, 9 de diciembre de 2007

Una mancha en el Quijote

Abrir el ojo y ver que todo está en su sitio. El orden cabalístico de las cosas evita estados febriles. Una vez que se echa pie a tierra es posible contemplar el tiempo en toda su magnitud. La descripción del paraíso no puede servir de inspiración, tampoco los libros de caballerías, por mucho que nos resulte tentador.

Hay que disfrutar de esos momentos en que uno puede atusarse el bigote antes de enfangarse en la batalla. Nadie comienza guerras con la intención de perderlas, pero la posibilidad está más cerca de nosotros que del horizonte. Hay quien agita a lo lejos sus brazos asemejando molinos. Hoy no es probable que muera, pero no es menos cierto que la vida no es algo que se pueda resumir en un par de capítulos. Si alguien está interesado puedo explicarle donde se encuentra el brillo de una coraza de metal opaco.

Un terror súbito me invade en ocasiones. Entonces me echo en falta incluso a mí mismo. No es cobardía, pero tampoco puedo argüir ignorancia. Recorro con alguno de mis dedos un corto espacio de la lanza. La destreza no es una de mis virtudes. Entonces, me dispongo a soñar despierto; la naturaleza tiene estos prodigios. Invoco tres o cuatro palabras carentes de sentido. Supongo que es después de esto último cuando siento quebrados un par de huesos.

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