jueves, 5 de junio de 2008

Diario vespertino

No me gusta el periodismo que se hace hoy día. De hecho, no creo que merezca tal nombre. Hay profesiones que por mucho que los tiempos cambien, han de mantenerse fieles al sentido estricto de sus significado. Pervertir este, da lugar a una profesión diferente. Ahora hay cotillas a tiempo completo, expertos en rumores, desacreditadores de hasta de sí mismos, verborreicos incontinentes e ininteligibles, opinadores sin venir a cuento, supremos entendidos fugaces, descriptores de verdades pasajeras y de certezas multiusos, vendedores de quincalla hecha verbo, fotógrafos del mal gusto, reverberadores de la excrecencia, camarógrafos del estatismo... En fin, toda una suerte de parásitos que se reclaman como necesarios, que se postulan defensores de su sola libertad de expresión, que se otorgan un papel que nadie les ha dado, y que, sin embargo, han olvidado su verdadero propósito, su utilidad y función real: relatar hechos.

Conseguir una entrevista con el mismo Dios, no le hace a uno merecedor de ningún Pulitzer o similar. Si acaso, le convierte en pariente lejano de Moisés. Fotografiar a la misma Hécate haciendo virguerías con la guadaña, no puede ser motivo de portada, no se puede elevar la anécdota al rango de noticia, salvo que se tenga la curiosidad intelectual de una Paris Hilton borracha. Si lo importante de unas elecciones para un editorialista es que se sucedan cada cuatro años, que deje de escribir columnas y pase a dedicarse vacunar neonatos de la trivalente.

Cuando uno disfraza, manipula, retoca o dosifica la verdad, no hace periodismo; si acaso, novela o poesía. O simplemente incluye a su yo de todos los días en parte relevante de la noticia. Poco me importan los nombres y apellidos de los que me anuncian que son las once y cuarto, que mañana hará sol, que ya van veintitrés los tipos que se cortaron las venas este verano, que hasta las prostitutas aplican la subida del IPC, que cuando el balón pasa la línea de meta por entre los tres palos podemos cantar gol...

No sé en qué va acabar todo esto. Supongo que los albañiles terminarán reformando sólo sus casas, del mismo modo que los novelistas se han convertido en los personajes de sus historias, con ese mismo transcender paradójico del filósofo sobre su propia filosofía, semejando a ese teatrillo dentro del teatro, y con el periodista tirándose a la noticia y las hermanas de esta hasta conseguir primicias.

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