domingo, 4 de noviembre de 2007

Mercado de divisas


De un modo u otro todos tenemos un cierto sentido de pertenencia. Eso parece. Bien sea a un país, a una generación o una cultura, por poner algunos ejemplos. En definitiva, se tiende a encuadrarse a unas referencias espacio-temporales determinadas en las que encontrar acomodo. Un modo de ser y de estar que resulte comprensible al resto.

Sin embargo, siempre hay díscolos que parecen no sentirse a gusto en los esquemas vigentes. Están los que todo su argumentario consiste en que cualquier tiempo pasado fue mejor, y que más tarde o temprano, cuando nos sentimos atropellados por la vida, muchos terminamos por encajar en ese modelo. Y también existe una especie extraña y casi siempre ininteligible a la que la vida parece no ir con ellos.

Este último tipo de individuos suele causar, además de extrañeza, una especie de admiración, mezcla de elucubraciones y envidia. Suele suceder por no se sabe qué circunstancias, que tal vez hubiésemos querido para nosotros una vida muy distinta, incluso la vida de uno de esos sujetos extravagantes... sólo que dudo mucho que nadie acepte como si nada las consecuencias que conlleva. Si bien es cierto que no hay vidas fáciles o difíciles, no es menos cierto que la soledad que lleva aparejada el hecho de ser diferente pueda ser asumida por todos. De hecho, la mayoría de un modo u otro buscamos la aceptación y la compañía del resto.

Yo no sé si quisiera ser otro. No creo tener las respuestas adecuadas para las viscisitudes ajenas. Me basta y me sobra con mis tejemanejes y embrollos. Mi capacidad de empatía no lleva aparejada posibles intercambios de papeles. Tal vez pueda interpretar más de un papel en el teatro de la vida, pero prefiero ser dueño de mis propios monólogos. Y el público, ¿qué dice? Para variar, división de opiniones hasta en los silencios.

1 comentario:

(Diego Loayza) Oneiros dijo...

Si fueras el Cholo lo verías todo 20 centímetros más abajo, eso lo altera todo: imaginate si estás en Holanda y te dan ganas de mear, tienes que pararte de puntas o confiar en la impecabilidad funcional de la parábola prostática. Por otro lado, en La Paz, entras en los minibuses.