domingo, 7 de octubre de 2007

No existe la sangre azul

Europa está llena de anacronismos. Que una sociedad que se predica como la más avanzada siga manteniendo ciertos tics y arraigos sin apenas cuestionárselos no deja de sorprender a aquellos que creemos que lo único que le queda a esta civilización son sus valores. La lucha por la supremacía económica o militar está más que perdida aun con la incorporación de Rusia.

Personalmente, uno de los anacronismos que a mí más me deja fuera de sitio es esa institución llamada monarquía. Parece de todo punto incomprensible que una vez proclamada la igualdad de todos los ciudadanos, haya unos privilegiados que hereden un cargo tan relevante como es el de la jefatura del estado. ¿De veras que son ellos los que queremos que nos representen? Porque si es así, parece un absoluto contrasentido. Fuera ya del oportunismo político como transición hacia otro modelo de estado tratando de aunar todo tipo de sensibilidades, una vez logrado ese primer objetivo, la monarquía carece de sentido. ¿Qué clase de pacto político es ese en el que el poder popular cede en condiciones que van más allá incluso del usufructo, su representación e interlocución a quien su único mérito es pertenecer a una estirpe, llevar unos determinados apellidos?

No se puede hablar de derechos reales. Es un eufemismo de lo que en verdad son auténticos privilegios. ¿Acaso no entra esto en contradicción con la tan manoseada igualdad? De hecho, cuestionar su posición, se llega a considerar como un ataque al estado de derecho. Tal barbaridad no merece respuesta alguna de la opinión pública, hoy más domesticada que nunca. El europeo de hoy recurre a verdaderos actos de fe para transigir a las constantes agresiones contra su integridad de deberes y derechos. La monarquía no puede siquiera ser un símbolo que represente una sociedad moderna, ni su evolución. La monarquía jamás estuvo del lado del pueblo.

No creo que deba durar mucho más esta situación más que anómala. Y por encima de toda consideración, sobre todo injusta. Creo que el modo de resolverse más sencillo es que renuncien por propia voluntad. No sería extraño que algunos de ellos contemplaran tal posibilidad. Pero es esta sociedad europea la que debe cuestionarse si de verdad está dando los pasos en la adecuada dirección para que se tornen reales todo ese conjunto de derechos que nos reconocimos como tales. El silencio no es ninguna forma de autocrítica. Y no hacer nada en cierto modo es hacer algo en contra de nuestros propios principios. Sobre todo en este caso. A mí, un rey no me representa, y aunque nada tengo en contra de la persona que sustenta el cargo, no le reconozco ni me interesa. Si hay que tomar postura, prefiero la reoública.

4 comentarios:

María de Lourdes Ruiz Pavón dijo...

estoy de acuerdo con usted. su blog es bueno. felicidades.

Iñaki Arbeloa dijo...

El problema no es estar o no de acuerdo, sino tomar todos la misma dirección, ser coherentes con lo que pensamos y decimos. Si uno se fija en las huellas del camino, puede observar que casi todos vamos cojos.

Me alegra que te guste el blog. Aunque todavía no tengo muy claro para quién escribo. Saludos...

Joselu dijo...

Yo también soy republicano de corazón, pero no puedo dejar, a mi mediana edad, de contemplar la historia. La primera república duró diez meses en plena guerra carlista, cantonalismo, federalismo galopante... Acabó con un golpe de Estado que derribó lo poco que quedaba en pie. El asesinato de PRIM fue catastrófico para la subsistencia de este primer ensayo republicano. La segunda república acabó como ya sabemos y mi simpatía por el bando republicano y sus valores no me hace considerar que su andadura estuviera llena de errores y que contó desde el principio con la hostilidad de la derecha que no paró hasta derribarla con una terrible guerra civil. Ahora tenemos unos borbones que funcionan como Austrias, liberales y tolerantes. Todo lo que dices sobre el anacronismo de heredar la Jefatura del Estado es cierto, pero me imagino una república presidida por ejemplo Aznar y no sé que prefiero. Por otro lado, ¿cuánto duraría este estado con una república? La corona es la institución que es apreciada por una mayoría de españoles sean vascos o catalanes -a pesar de las quemas de las fotos-. Mi pesimismo absoluto me hace ser muy cauto en pensar que vendría una república en la que seríamos felices y libres. Más bien sería una república en la que todos lucharíamos contra todos y se rompería la unidad del estado. Ojalá los españoles fuéramos como los alemanes o franceses. Entonces sí que apostaría por ella. En todo caso hay que considerar que el Reinio Unido y Suecia cuentan con monarquías y que son ejemplos de sociedades progresistas. Rusia es una república. No sé amigo.

Iñaki Arbeloa dijo...

Gracias Joselu por tu comentario. Es bien cierto que en política no hay verdades absolutas, y que existe una clara tendencia a no cambiar aquello que pensamos que funciona. Pero no es menos cierto también que el cómo define el qué. Trataré de explicarme... Según sea la forma de gobierno determinará el modo de entender el individuo. Una monarquía supone la ligazón del sujeto a unas circunstancias que se le escapan. El destino como único horizonte. Intelectualmente no puedo estar de acuerdo. Y además, creo que ese horizonte común que es el estado ha de ser una garantía de derechos y no un ejercicio de privilegios. Creo que ese estado se ha de ir conformando según la voluntad de sus individuos, pero además se ha de ir aprendiendo a asumir la responsabilidad de las propias acciones. En definitiva, la concepción del estado se construye, y es preferible ser consciente de ello y tomar la dirección, sea esta cual sea, del modo más libre posible.