viernes, 3 de agosto de 2007

Jugadores, mercenarios

En la Italia del Quattrocento, los condottieri adquirieron fama y prestigio entre los distintos príncipes y los pueblos regidos por estos, pues defendían las causas que se les encomendaban a cambio de grandes sumas de dinero. De hecho, incluso alguno mereció una estatua ecuestre en reconocimiento a los servicios prestados. Los condottieri son lo que hoy se conocen por mercenarios, y surgieron en los tiempos en que sólo importaba la victoria.
El fútbol moderno está lleno de condottieri. Hubo un tiempo en que un jugador podía cambiar los colores del equipo donde creció futbolísticamente si y sólo si el cambio acarreaba un aumento de prestigio. Y raramente esto sucedía pues muchos morían deportivamente en el equipo que los alumbró. Con la excusa de equilibrar el nivel de los equipos, se fueron abriendo los mercados a los jugadores foráneos: Pero los campeonatos seguían ganándolos siempre los mismos. Y así, nos hemos ido acostumbrando a ver jugadores de cualquier nacionalidad defendiendo la camiseta del equipo del que somos seguidores. Tan es así, que por momentos, nuestros prejuicios raciales se esfuman si en el marcador campa al final de los noventa minutos un raquítico 1-0, a favor nuestro. ¿Y si perdemos? Pues depende de la costumbre, pero casi siempre, cuando la derrota se torna rutina, la paciencia del forofo se agota. Y entonces nace el grito hecho clamor: Jugadores, mercenarios...
La memoria es flaca e injusta. Y la sangre del héroe es del mismo color que la del villano. ¿Alguien puede imaginar a uno de esos condottieri apodado como el "Pelusa"? Ni siquiera en Nápoles se puede encontrar a Maradona erigido en hierro o granito, mármol o madera. A lo más que puede aspirar un futbolista hoy día es a figurar en el museo de cera.

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