miércoles, 29 de agosto de 2007

Leyes de atracción universal

Un descubrimiento revolucionario sería asumir por parte de todos que la empatía es algo más que decidir quien me cae bien y quien no. Y aunque muchos no lo sepan, ponerse en la piel del otro no significa cazar moscas como los camaleones. Yo, he de reconocer que entre mis taras figura la de no poder sumarme al sentir general. No se trata de rebeldía pues nunca tuve un Kalasnikov, y por mucho que admire al Che su cara en una camiseta de algodón es una paradoja demasiado ridícula para mi gusto, incluso después de haber desayunado. El hecho es que las grandes manifestaciones de dolor o alegría me dejan bastante frío. De nada me sirve conocer nombre y apellidos si no estreché jamás su mano. No creo en el héroe muerto, pues a todos niego la condición de mito. Sin embargo, para no abandonar del todo la costumbre de contradecirme, reconozco que un lazo extraño me une con el paria anónimo, con aquel al que nada lo sacará del olvido, con ese que ni siquiera es anécdota.


No hay victoria ni derrota que lo explique todo. Y casi siempre es preferible salir huyendo. El riesgo de pasar al imaginario colectivo no es una premisa interesante. ¿Acaso sube el nivel del mar cuando llueve? Si hay noches en que todo lo veo negro, de seguro que es luna nueva. Y no hay noticias que auguren que el mundo esté aprendiendo, por mucho que no se repita la historia... No sé si emigrar es un cambio de paradigma, pero puede ser un comienzo. Afortunados quienes pueden elegir no tener nada que les impida meter sus manos en los bolsillos. ¿Alguien me puede explicar para qué sirve una sala de trofeos?

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