viernes, 14 de septiembre de 2007

Elogio de la escritura




La forma en que uno elige expresarse supongo que viene dada por la forma de asimilar las situaciones. Quiero decir que no es lo mismo reflejar lo que se siente o piensa escribiendo, que hacerlo hablando o de cualquier otra forma de comunicación. Si hubiese de explicar porque muchas de las cosas las expreso sólo escribiendo, es porque haciéndolo así encuentro un espacio para la reflexión en el que consigo tiempo para la credibilidad. No soy más verdadero, pero hállome algo más convencido.

Creo que establecer una distancia real con las palabras, verlas escritas, poder repasarlas como canturreando, hacen del encuentro entre el autor y la obra una especie de catarsis en la que unos lazos se rompen para siempre y otros aparecen casi sin darnos cuenta. Nace un compromiso con lo dicho, con lo pensado; porque esas palabras impresas han sido asumidas de algún modo, de seguro que han sido mínimamente maduradas en ese fuero íntimo e interno.

No creo que el estilo sea lo más relevante. No creo que la forma estética sea el principal condicionante. Creo que cualquier género cumple con la función. Con esa misión de canalizar y dar salida de un modo mínimamente ordenado de nuestras convicciones de andar por casa, de esas presuntas certezas que nos aportan seguridad, del caudal de sentimientos que nos confunde, hasta de nuestras quejas infundadas. Escribir permite comprender la naturaleza del dolor, admirar la belleza que no nos pertenece, reivindicarnos en nuestros errores, nos compromete en la palabra dada. Y es que seguramente, esa materialidad de la escritura, esa posibilidad que permite convertir en algo físico lo increado, es una extensión de como nos entendemos, de como nos vivimos, de aquello que más necesitamos. Tan es así, que escribimos incluso porque necesitamos a nuestros muertos más allá del recuerdo. Bendita forma de materialismo y concreción. ¿Sabe alguien de algo más hermoso que ir llenando páginas en blanco?

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